
Y entró en aquella habitación iluminada únicamente por dos grandes focos que señalaban el lugar donde aquella frágil e imperfecta niña, hecha ya mujer, debía colocarse. Añorando la perfección Imperfecta se dispuso a demostrar todo lo logrado a lo largo de su vida. Una fina melodía se filtró poco a poco por sus oídos, hasta que cada una de las notas que la componían iban llegando poco a poco a sus extremidades.
Como si de una pluma se tratase Imperfecta fue deslizándose por toda la habitación, y mientras cuatro personas la observaban atónitos, ella seguía rompiéndose por dentro, sintiéndose cada vez más vacía.
La música cesó, debido al gesto que uno de las personas que allí observaban había realizado. Supo que era hora de marcharse, de volver a caminar por las frías calles, buscando aquello que jamás iba a encontrar, la felicidad.
Caminando por aquellas calles, vio de frente aquello que tanto temía. Se dio cuenta de que escapar ya no daba resultado.
Recogió sus cosas, se puso la chaqueta, se desató aquellos zapatos rosas y recién estrenados, y los tiró.
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